spree

Spree arranca con Kurt (Joe Keery), un joven que sueña con triunfar en las redes sociales, ser influencer y que cada uno de sus vídeos se haga viral. Tras diez años intentándolo sin éxito, idea un plan desesperado para alcanzar la fama: conducir un Uber repleto de cámaras y asesinar a sus pasajeros en directo.

El terror es uno de los géneros más hijos de su tiempo que existen. Los miedos, preocupaciones o problemas relacionados con la situación socio-política del momento terminan siendo canalizados y asimilados por el cine de terror o cualquier otro formato de ficción perteneciente a este género.
Spree ha sido vendida como “la American Psycho de la era digital”. Estos calificativos son bomboncitos para atraer al público, pero a veces producen más decepciones que alegrías por generar unas expectativas que rara vez llegan a cumplirse. Pero en esta ocasión han dado en el clavo. Desde luego que Spree es la American Psycho de la era digital. Es como si Bret Easton Ellis hubiese escrito el guión de un episodio de Black Mirror.
Si en la película de Mary Harron (y en la novela original de Bret Easton Ellis, obviamente) se hacía una feroz sátira del capitalismo voraz de los 80 encarnado por esos yuppies obsesionados con el dinero, lo material, el estatus social y la apariencia física, pero que por dentro estaban muertos, en Spree se pone la lupa sobre el fenómeno influencer, esos jóvenes ególatras que viven con el móvil pegado a la mano y exponiendo minuto a minuto su vida, una vida generalmente mucho menos interesante de lo que ellos creen o quieren hacernos creer. Entre esos jóvenes adictos a los likes, los seguidores y el postureo, hay mucho descerebrado, y Spree los señala sin piedad.

Porque Kurt es un psicópata asesino enajenado por su escasa presencia en las redes sociales, pero sus seguidores son cómplices de los crímenes cometidos. Poco les importa que muera gente mientras haya entretenimiento. Todo el círculo de Kurt está integrado por idiotas en el mejor de los casos y malas personas en el peor. Gentuza capaz de humillar o humillarse con tal de cuatro likes y un puñado de nuevos seguidores. ¿Recordáis a cierto imbécil que hace unos años se grabó regalando galletas con pasta de dientes dentro a vagabundos para reírse de ellos? Pues ese es el nivel de los personajes que se pasean por la película, a excepción de Kurt, que además de ser idiota está loco. Con lo cual, la película juega a marear nuestras emociones, porque por un lado tenemos a un cretino cometiendo asesinatos, y por otro es innegable que queremos ver a toda esa gente muerta.
Kurt representa al joven borracho de ego, deshumanizado y sin empatía, que aunque al principio se ofenda por los comentarios racistas de uno de sus clientes/víctimas, no dudará poco después en ejecutar a quien haga falta para satisfacer las desquiciadas peticiones de su audiencia, porque eso es lo que importa: la fama, que hablen de ti, que compartan tus gilipolleces. Que cuanto más inútil seas y menos valor tenga el contenido que generas, más palmeros vas a tener detrás riéndote las gracias. El síntoma inequívoco de que vivimos en una época socialmente lamentable que ha dado la espalda a unos valores básicos, y estoy hablando sólo de la mugre que hay en Internet; si empiezo a hablar de la televisión, necesitaría cuatro artículos más.

Joe Keery, quien da vida al villano, sorprende con una interpretación que va desde lo maligno a lo patético. Su personaje, un Patrick Bateman de Youtube, es, al igual que la criatura creada por la mente de Bret Easton Ellis, un tipo carismático a ratos, pero también ridículo. Un chaval sin escrúpulos que da la sensación de no albergar verdadera maldad en su interior, sino pura inmadurez e inconsciencia; un imbécil con un objetivo claro y preciso en la vida, algo que puede llegar a ser peligroso. Es un buen villano, con el suficiente carisma como para brillar en una historia llena de personajes despreciables, y a veces lo único que una película necesita es un buen villano. No esperaba encontrarlo aquí, y sin embargo…
Sobre el director, Eugene Kotlyarenko, no puedo decir gran cosa. Hasta esta película, su filmografía estaba compuesta por tres títulos que, sospecho, sólo han visto una o dos personas en todo el planeta, y yo no soy una de ellas. No hablo de su calidad, que la desconozco, sino de su repercusión, que ha sido mínima.

Spree sigue la estela de títulos como Open Windows, de Nacho Vigalondo, o Host, de Rob Savage, exponiendo la totalidad de la trama mediante una o varias cámaras de dispositivos móviles. Contar la película de esta manera resulta del todo necesario y coherente, no sólo por la naturaleza misma de la premisa, sino también porque así se justifica el epílogo, un chiste final que cierra el círculo.

Puede que Spree no sea una película de terror como tal, ya que ni el tono ni la ambientación están pensados para dar miedo al estilo ortodoxo con el que estamos familiarizados. El miedo aquí viene de otro lado: de la punzada de realiad que sentimos frente a lo que se nos está contando; de creernos a los personajes y las situaciones que se van sucediendo; de tener la aterradora impresión de que Spree, incluso con sus muchas capas de humor y sátira, no exagera tanto. Que esto, en definitiva, podría ocurrir.

Por Narciso Piñero

Me alimento de cine, libros, tebeos y buena música. Autor de dos novelas: Juggernaut y Jugando con Claudia. Escribo críticas y artículos de cine donde me dejan.

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