Enterrados Vivos

Un grupo de jóvenes se desplazan hasta un rancho abandonado en medio del desierto. Cuenta la leyenda que en el sótano de la casa se esconde un tesoro y la intención de los chicos es encontrarlo a toda costa. Pero lo que iba a ser un fin de semana de diversión y desenfreno, se convierte en una desesperada carrera por sobrevivir. Sin saberlo, despertarán al espíritu maligno de una mujer enterrada años atrás bajo la casa. Ahora busca venganza.

Los últimos años de la década de los 2000’s fueron una época complicada para el cine de terror. El éxito comercial de los remakes estaba en alza y las adaptaciones estadounidenses de los clásicos del J-Horror aún daban sus últimos coletazos, sin embargo, todavía continuando existiendo en las sombras un gran número de títulos de serie B que buscaban encontrar en el sobrepoblado mercado del video doméstico un hueco. Fue en este nicho donde el experto en efectos especiales Robert Kurtzman (quien ya había dirigido con buenos resultados la cinta de culto Wishmaster) intentó encontrar un hueco con un fallido slasher sobrenatural que contaba con el único reclamo de contar con Tobin Bell (en plena ola de popularidad por su papel en la franquicia Saw) en el reparto.

Enterrados Vivos cumple al completo con la checklist de los slasher clásicos: grupo de jóvenes sin supervisión adulta, misterioso hombre ermitaño que les avisa de un inminente peligro, visita a un sitio con una maldición ancestral y un largo etcétera que a estas alturas todos no conocemos. Con esta premisa podríamos pensar que al menos estamos ante un producto que cumpla con las bajas expectativas que tenemos los aficionados a este subgénero, sin embargo, todos los elementos anteriormente mencionados están desarrollados de una forma tan terrible que ni los más acérrimos defensores de este tipo de productos podrán encontrar elementos destacables en esta película.

Empezando por uno de los grupos de protagonistas más repelentes que se recuerda en la historia, donde ni uno solo de los personajes es capaz de despertar en el espectador la más mínima empatía, continuando con un guion repletos de agujeros que nos harán preguntarnos como alguien fue capaz de dar luz verde a semejante esperpento narrativo y terminando por un pobre body count repleto de situaciones anticlimáticas. Para sorpresa de nadie, teniendo en cuenta el nombre que figura en la dirección, el único elemento rescatable de la cinta son unos efectos de maquillaje que las pocas ocasiones en las que tienen la posibilidad de brillar lo hacen a la perfección. Una lástima que el metraje no decida apostar más por este tipo de escenas, porque ahí podría estar la clave para convertir este despropósito en un producto mínimamente recomendable.

Si aún tenéis intención de acercaros a Enterrados Vivos bajo la premisa de disfrutar con Tobin Bell lamento decepcionaros porque, sumado a su escaso tiempo en pantalla, su personaje es una colección de tópicos rurales que poco (por no decir directamente nada) aporta a la historia. Una lástima que Robert Kurtzman no haya podido encontrar mejor suerte teniendo en cuenta las escasas veces que se anima a ponerse tras las cámaras.

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