Bliss

Joe Begos se ha convertido por méritos propios en una de las grandes esperanzas del terror independiente estadounidense. Tras ganarse a los más adeptos al género con Poder Mental y Casi Humanos, dos productos con mejores intenciones que resultados, las alarmas de los aficionados al cine más extremo se activaron tras el sangriento primer adelanto de Bliss. En un subgénero tan manido y prolífico como el cine de vampiros, siempre es complicado despertar el interés del espectador, sin embargo, Begos ha logrado implantar su personal estilo, creando una oda al exceso que no dejará a nadie indiferente.

Bliss solo puede ser descrita como una experiencia difícil de olvidar. Desde sus primeros compases la trama convierte la desdichada vida de una artista que sufre un importante bloqueo creativo en un descenso a los infiernos repleto de sexo, drogas, música y sobre todo mucha sangre. Begos saca partido a la constante aproximación de su protagonista a la demencial, desplegando un amplio abanico de recursos estilísticos que confirman una vez más su talento tras la cámara. La fotografía de Mike Testin acompaña a la perfección el trabajo de Begos, representando las distintas etapas que nuestra protagonista atraviesa en su denso a la locura, impregnando en el espectador ese ambiente de sucia depravación que reina en cada segundo del metraje.

La película nunca esconde sus cartas, y es que pese a que el mayor festival de vísceras se reserva para el inolvidable tramo final, desde sus primeros compases la cinta presenta un mundo donde el exceso es la norma. Se echa en falta una mayor profundidad en unos secundarios que muchas veces actúan como mero motor de cambio, sin embargo, la excelente interpretación de Dora Madison como Dezzy, una artista incomprendida por la sociedad que debe sacrificar su propia integridad por el bien de su obra, logra suplir cualquier carencia que pudiera despertar al espectador de la locura en la que se encuentra sumergido. Los escasos 80 minutos de metraje funcionan como un disparo directo al corazón, poniendo en marcha un frenético ritmo en el que se impide tomar aire al espectador hasta que el último fotograma haya desaparecido de la pantalla.

Bliss termina siendo un inolvidable descenso a los infiernos que devuelve la vida a un subgénero sobreexplotado hasta la extenuación. Su exceso podrá repeler a algunos espectadores, pero todos aquellos que terminen entregándose al poder de la sangre descubrirán una pequeña maravilla de las que se recuerdan durante años. Begos ha logrado crear una montaña rusa de la que uno nunca quiere bajarse.

 

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